miércoles, 18 de noviembre de 2009

La incultura evangelica actual - Parte 4

Escrito por Ricardo del foro de Iglesia.net

Con respecto a las oraciones que actualmente se escuchan en las iglesias, hay detalles éticos, formales, espirituales y racionales que conviene notar, si es que queremos de veras aprender a orar y dejar de hacer aquello que se le parece pero que no lo es.

a) En iglesias que practican formas de culto carismático o pentecostal, se da el caso de que todos estén orando en alta voz al unísono, y muchos de ellos con sonidos sin significado alguno. Conviene aquí recordar 1Co 14:15 y 16 en cuanto al orar con entendimiento, y el escuchar sabiendo lo que se está diciendo para poder darle el “Amén”. Los cristianos no debemos orar al modo de los paganos.

b) Los hermanos extranjeros que nos visitan, deberán orar en el idioma del país o pedir a un hermano que lo vaya traduciendo. De lo contrario deberá permanecer en silencio, pues tampoco el mundo se vendrá abajo porque tenga que callar (1Co 14:28). Otra cosa que podrá hacer, es orar en su casa todo cuanto quiera en su propio idioma, antes de salir para la reunión.

c) Aunque es bien conocido el axioma “Quien ora largo en público lo hace corto en privado”, podrá recordar la oración modelo del Señor para descubrir lo mucho que se puede decir en tan pocas palabras. No es porque pudiéramos cansar al Señor con oraciones que parecen nunca terminar, pero debemos compadecernos de nuestros hermanos que suspiran esperando poder soltar su ¡Amén! final.

d) Convendrá recordar que oramos a Dios y no a los hombres. Nos dirigimos a Él para que nos escuche y no a los asistentes a la reunión, por más que somos conscientes que estamos guiando la oración congregacional. Raya en blasfemia el pecado de orar buscando impresionar a los presentes con la locuacidad, entonación y solemnidad que se imprime a la oración. Solo a Dios oramos.

e) La oración es adorar, alabar, bendecir a Dios; agradecerle por las respuestas y mercedes concedidas; interceder a favor de otros; presentar nuestras peticiones; pero que este “nuestras” comprenda a los hermanos allí reunidos y no nuestros asuntos particulares que convendrá dejar para nuestra cámara secreta. La congregación sí puede interceder allí por nuestras necesidades personales.

f) Es flagrante el error de aprovechar la oración para enseñarle a Dios lo que Él no sepa. Es común que se le predique a Dios el evangelio (con intención de tocar a inconversos presentes), o que se le enseñe la Biblia (para de paso adoctrinar a los hermanos). Si bien podemos citar las Escrituras como apoyo a las promesas que en fe reclamamos, es ridículo buscar instruir a los presentes al orar a Dios.

g) Debemos cuidarnos mucho de las oraciones estereotipadas. Es común que nos habituemos a repetir frases propias o ajenas, que aunque altisonantes y expresivas, dan la impresión de que todavía seguimos rezando y no orando. La oración debe ser grave, humilde y sencilla, pero sin impostación de voz para darle un tono solemne fuera de lo común. Dios no se impresiona con eso.

h) Es totalmente fuera de lugar aprovechar la oración para noticiar a los hermanos de lo que nos pasa o publicar las actividades que últimamente hemos tenido en la obra del Señor. Nunca tendremos la aprobación del Señor ni de la iglesia si al tiempo que invocamos su sola gloria, subrepticiamente procuramos la nuestra. No debemos jamás recurrir a subterfugios para auto promovernos. Es grave.

i) El colmo del mal uso de la oración en público nos tocó presenciar más de una vez, cuando un hermano se levanta a orar para ventilar su enemistad con otro hermano presente, reclamando el castigo del Señor sobre el tal. Faltando apenas señalarle con nombre y apellido, en la tal “oración” abundan las señas para identificarlo. Tan grosero uso de la oración es incalificable. ¡Pero ocurre!

j) Finalmente, la mejor prueba de la incultura evangélica actual con las oraciones en la reunión de iglesia, la tenemos toda vez que se designa de antemano a los que van a orar durante el culto, o cuando quien conduce la reunión invita a uno o a otro a hacerlo. El Espíritu Santo es quien debe guiarlo todo y -aunque se estile- no debería ser reemplazado nunca por quien asuma el control de la reunión.
Nos resta el último aspecto a considerar: los estudios bíblicos.

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