miércoles, 18 de noviembre de 2009

La incultura evangelica actual - Parte 2

Escrito por Ricardo del foro de iglesia.net

Actualmente es muy difícil hallar en las iglesias quienes tengan conceptos claros en cuanto a la adoración y la alabanza.

No solamente se confunden ambos términos entre sí, intercambiándolos como si fueran sinónimos, sino que a su vez se confunden con los instrumentos musicales, la ejecución estridente, la amplificación a todo volumen, los cantos a gritos, saltos y danzas, de modo que mucho se parece al culto de los 450 profetas de Baal de quienes Elías se burlaba (1Re 18:27), y nada a la adoración en espíritu y en verdad, que es la que el Padre busca de sus genuinos adoradores (Jn 4:23,24), según le explicaba el Señor Jesús a la mujer samaritana.

Como si les hubiese sobrevenido algún tipo de amnesia parcial, muchos han vuelto a la liturgia davídica, sin darse cuenta del insólito retroceso padecido.

En un anacronismo difícil de entender, desde hace años se viene adaptando líneas de los salmos en la composición de nuevos cánticos, sin percibir que la iglesia cristiana centra su adoración en la comunión en el Espíritu con los hermanos y el mismo Dios. Se suele cantar en cierto estribillo de una pegajosa canción (“Si el Espíritu de Dios se mueve en mí”):

"yo adoro,
yo alabo,
yo danzo como David"


Nadie parece percatarse de que la forma de estar, permanecer y actuar del Espíritu del Cristo resucitado, ascendido, glorificado y derramado en los suyos desde aquel Pentecostés de Hechos 2, es una forma muy superior a lo que en su tiempo pudo conocer y experimentar David.

A la confusión entre aquellos dos términos (adoración y alabanza) se suma que este último también se suele confundir con el mero cantar. Así que un cántico de testimonio del evangelio a los inconversos, o de edificación espiritual de los creyentes, suele anunciarse como una “alabanza”, cuando de tal no tiene absolutamente nada.

O sea, aunque adoramos únicamente a Dios en nuestro espíritu, y cantamos y alabamos al Señor en nuestros corazones “con salmos, con himnos y cánticos espirituales” (Ef 5:19), todavía se piensa que los cristianos pueden expresar su espiritualidad cantando las palabras del Salmo 84:2b “¡Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo!”.
Por todo ello es que Pablo nos dice: “cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento” (1Co 14:15b).

-La incultura evangélica al momento de cantar en la congregación, se percibe de dos maneras:

a) A nadie se le ocurre revisar la letra que se va a cantar, pues si ese himno o cántico se entona en todas partes, debiera darse por sentado que está bien. Sin embargo, los grandes artistas: pintores, escultores, compositores, difícilmente fueron buenos teólogos; y así no es de extrañar que bellas estrofas suenen dulcemente en deliciosas melodías, pero expresando ideas contrarias a lo que exponen las Escrituras.

b) A pocos igualmente se les ocurre que al proponer un cántico, este debería concordar con la índole de la reunión. Si estamos adorando y alabando a nuestro Dios, grande es el repertorio disponible de himnos dirigidos a Él. Si estamos reunidos los hermanos para nuestra edificación espiritual, sobran los cánticos con que nos animamos unos a otros a perseverar confiando en el Señor y sus promesas.

Si estamos dando un testimonio público del evangelio a inconversos, hay canciones que contribuyen a marcar algún aspecto de la salvación en Cristo, como el arrepentimiento, el nacer de nuevo, el mirar a Él con fe.

Aquí también la confusión se hace notoria, cuando lo que decide la elección de un cántico es apenas el aire contagioso de la melodía, o alguna frase hermosa en la letra. Así, ímpetus románticos o nostálgicos deciden una elección que no armoniza con el propósito de la reunión. No es de extrañar entonces que el Espíritu sea contristado y la reunión se arrastre pesadamente por lo bajo.
Lamentablemente estos temas no suelen hablarse en las iglesias y por eso nosotros tenemos necesidad de hacerlo acá.

No podemos involucrar al Espíritu Santo con nuestras costumbres culturales, por más arraigadas que estén.

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